Spiritist in Mairimashita! Iruma-kun

Chapter 1: THE BEGINNING



ayce, un chico de dieciséis años, yacía en la cama de un hospital, con los ojos cerrados. El zumbido leve de las máquinas y el olor estéril a desinfectante eran lo único que lo acompañaba mientras reflexionaba sobre su vida.

Había peleado. Durante dos años había luchado contra el cáncer, enfrentando quimioterapias, agujas y noches de dolor. Al principio, había creído que ganaría, que podría volver a ser un chico normal, salir con amigos y disfrutar de lo sencillo. Pero la quimioterapia dejó de funcionar. Ahora, todo lo que le quedaba era el silencio.

Lo que más lamentaba no era morir, sino no poder vivir. Nunca podría experimentar la adolescencia como los demás. Sin embargo, había encontrado consuelo en los momentos que aún tenía: el apoyo constante de su familia, las sonrisas sinceras de las enfermeras que lo cuidaban y, sobre todo, las series de anime que veían juntos. Entre todas, Mairimashita! Iruma-kun era su favorita. Cada vez que lo veía, sentía una calidez en el pecho, como si, por un momento, el peso de su enfermedad desapareciera.

Pero no todo lo bueno dura para siempre. Un dolor agudo lo atravesó como una lanza en el pecho. Su respiración se volvió cada vez más difícil, como si estuviera atrapado bajo el agua. Luchó por aire, pero no había más que vacío. Hasta que todo terminó.

Luego llegó la nada.

Jayce flotaba. O al menos eso pensaba. No sentía su cuerpo, solo una presencia vaga, etérea. Estaba atrapado entre el sueño y la vigilia, como en una parálisis que le impedía moverse.

Cuando abrió los ojos, lo primero que vio fue una figura. Frente a él, una mujer lo miraba con unos ojos azules penetrantes, tan fríos y serenos como un lago congelado. Había algo en ella que era aterrador, pero al mismo tiempo, había una belleza tranquila en su mirada vacía. Su cabello blanco caía como una cascada sobre sus hombros, y una corona descansaba sobre su cabeza. Su vestido, elegante y majestuoso, parecía irradiar una nobleza más allá de lo humano.

Jayce tragó saliva, o al menos sintió que lo hacía, y con voz temblorosa preguntó:

—¿Quién eres?

La mujer inclinó levemente la cabeza, sus ojos sin parpadear.

—Soy una diosa. Así es como los mortales me conocen.

Jayce sintió un frío repentino. Los recuerdos lo inundaron de golpe: estaba muerto. De algún modo, lo sabía. Y ahora, una diosa estaba frente a él. Se arrodilló instintivamente, sin atreverse a mirarla a los ojos.

—Disculpa mi falta de cortesía, diosa —murmuró con voz insegura—. No era mi intención ofenderte.

La diosa lo observó en silencio durante unos momentos, como si pudiera leer cada rincón de su alma. Finalmente, habló, con una calma que resultaba tanto reconfortante como inquietante:

—No veo resentimiento en ti, a pesar de tu destino. Eso es inusual.

Jayce levantó la cabeza un poco, solo lo suficiente para poder responder.

—Tal vez lo hubo al principio —admitió—. Pero hice lo mejor que pude. No tengo remordimientos.

La diosa asintió, su expresión imperturbable.

—Pocas almas pueden decir lo mismo. Por eso tengo una propuesta para ti.

Jayce la miró, intrigado.

—¿Una propuesta?

—Te ofreceré una nueva vida —dijo ella—. Te daré una nueva apariencia y un poder. Sin embargo, el poder no lo elegirás tú. Solo puedo darte aquello que se alinee con tu alma. Pero podrás elegir el lugar en el que renacerás. ¿Aceptas?

Jayce sintió una oleada de emoción que no había experimentado en mucho tiempo. Una nueva vida. La oportunidad de empezar de nuevo.

—Me gustaría renacer en el mundo de Mairimashita! Iruma-kun —dijo, con una sonrisa sincera—. Y si es posible, adoptar la apariencia de Cale Henituse, de Trash of the Count's Family.

Por primera vez, la diosa mostró un leve indicio de emoción: una pequeña sonrisa que apenas curvó sus labios.

—Así será. Te he asignado a la familia Azazel. Encajará bien con tu apariencia... y con tu poder.

—¿Qué poder será ese? —preguntó Jayce, curioso.

—Serás un domador de espíritus, o como algunos lo llaman, un contractor. Sin embargo, tus contratos estarán atados a tu alma. Serás más que un simple maestro de espíritus: ellos serán parte de ti.

Jayce asintió, absorbiendo la información.

—¿Tendré problemas para encontrar a los espíritus?

—No. Cuando tu espíritu destinado esté cerca, ambos lo sabrán. Además, en el inframundo encontrarás elementos que les permitirán crecer. Te reconocerán, incluso antes de que tú los encuentres.

Jayce se inclinó una vez más.

—Gracias por esta oportunidad, diosa. No sé cómo podré pagarte.

La diosa lo miró, su sonrisa desvaneciéndose como el humo.

—Cuando llegue tu momento de partir nuevamente, vendrás a mí. Te encargarás de supervisar una parte de mi trabajo.

Jayce no dudó.

—Acepto. No tengo problema con eso.

La diosa asintió.

—Tu primer compañero aparecerá contigo en los primeros tres años de tu nueva vida.

Jayce cerró los ojos, sintiendo una calidez que no había sentido en mucho tiempo.

—Gracias, diosa. Hasta que nos volvamos a encontrar.

La fatiga lo envolvió como una manta. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que podía dormir sin preocupaciones. Mientras su conciencia se desvanecía, la diosa lo miró con una expresión melancólica.

—Te esperaré, Jayce. Este lugar abandonado necesita de tu calidez.

Sus palabras quedaron suspendidas en el aire como un suspiro. Luego, regresó a su eterno trabajo, en espera del día en que él regresaría.


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