Chapter 2: El comienzo de una nueva vida
El 30 de julio, en una habitación espaciosa y decorada en tonos rojos, un candelabro colgaba en el centro, llenando la habitación con una luz cálida. Muebles refinados rodeaban la estancia, pero toda la atención estaba centrada en una gran cama. En ella, una mujer gemía de dolor mientras un grupo de mujeres hablaba en susurros ansiosos. Los gemidos aumentaban en intensidad hasta que, finalmente, un grito desgarrador rompió el aire.
Una enfermera se acercó rápidamente, sosteniendo en sus manos a un bebé recién nacido que lloraba con fuerza.
—¡Felicidades, es un niño! —anunció la enfermera con una sonrisa.
Otra enfermera tomó al bebé y lo envolvió en una toalla limpia. Mientras tanto, una tercera mujer salió apresurada para informar al padre sobre la situación. Poco después, un hombre de aspecto elegante entró en la habitación. Llevaba el cabello rojo y unas orejas peludas sobresalían de la parte superior de su cabeza. Su barba rojiza enmarcaba una expresión en la que la alegría y la tristeza luchaban por imponerse. Cuando sus ojos se posaron en el niño, su corazón se encogió. El pequeño tenía el mismo cabello rojo y las mismas orejas peludas, pero su rostro era tierno e inocente. La enfermera le entregó el bebé cuidadosamente.
El hombre se acercó a la cama, donde su esposa yacía exhausta. Su piel estaba pálida, tan pálida que parecía que la vida se le escapaba poco a poco.
—Henri, quiero ver a nuestro bebé —dijo la mujer con voz débil.
—Sí, amor mío —respondió Henri, entregándole al niño con todo el cuidado del mundo.
La mujer sonrió con una dulzura infinita al sostener a su bebé. En su mirada se reflejaba un amor tan profundo que podía derretir hasta la más fría de las almas. Era una sonrisa llena de paz, de amor absoluto.
—Mi precioso tesoro... Lamento no poder verte crecer, pero siempre estaré contigo, en el fondo de tu corazón. Tu familia estará a tu lado cuando te sientas perdido y necesites a alguien en quien confiar. Asegúrate de llevarte bien con tu hermana mayor, juega mucho con ella. A partir de hoy, tu nombre será Cale. Crece con un corazón grande y alegre. Mamá te quiere mucho, pequeñito. —Con estas palabras, la madre besó la frente de su hijo y, con su último aliento, lo entregó de nuevo a Henri.
Henri sostuvo al bebé mientras veía a su esposa exhalar por última vez. Sus facciones se suavizaron en una expresión de paz, como si fuera la obra maestra de un pintor, detenida en el tiempo. Jayce—o más bien Cale, como ahora era llamado—no pudo contener las lágrimas. El dolor por la pérdida de su madre era desgarrador. Su padre, tratando de mantenerse fuerte, también dejó escapar algunas lágrimas, su llanto ahogado mientras sostenía al pequeño en sus brazos.
Después de varios minutos, Cale se quedó dormido entre los brazos de su padre.
Cuando Cale despertó, se encontró en una cuna blanca en medio de una habitación espaciosa. Sobre su cabeza, colgaba un juguete de bebé que giraba lentamente. Observó que había otro bebé en una cuna al lado de la suya: una niña de ojos grandes que lo miraba con curiosidad. Mientras ambos se miraban en silencio, la voz de su padre resonó en la habitación.
—Ameri, este es tu hermano, Cale. Eres su hermana mayor. Cuida de él, ¿sí? Asegúrate de que no sea demasiado travieso si yo no estoy. Mamá ya no puede estar con nosotros, así que ahora somos solo nosotros tres. Pero recuerda: ella siempre nos amó y siempre nos amará. —Henri acarició la cabeza de Ameri con una sonrisa cálida.
Ameri cerró los ojos y asintió con un suave sonido de aprobación.
Mientras escuchaba las palabras de su padre, Cale no pudo evitar preguntarse:
—¿De verdad papá cree que seré tan travieso cuando crezca?
Seis meses más tarde, Cale dormía en su cuna, con Ameri a su lado. Ella se había acostumbrado a jugar con sus mejillas mientras él dormía, abrazándolo como si fuera una almohada. Los días en su nuevo hogar se sentían lentos y monótonos para Cale. Si no hubiera sido por Ameri, que jugaba con él constantemente, su tiempo habría pasado sin ningún interés. Los juguetes para bebés no le atraían en absoluto.
Su padre solía venir por las noches a leerles cuentos, aunque a veces no regresaba debido al trabajo. Las sirvientas les daban de comer, y Ameri a menudo compartía con él comida fácil de masticar. A pesar de la rutina, Cale sentía una creciente comodidad en su vida, sobre todo cuando Ameri lo abrazaba para dormir. Al principio, pensó que moriría asfixiado por los abrazos de su hermana, pero pronto descubrió que acariciarle la mejilla hacía que aflojara un poco el agarre. Con el tiempo, se acostumbró, y esa rutina nocturna se volvió parte de su vida diaria.
Dos años pasaron rápidamente. Durante ese tiempo, Ameri decidió seguir los pasos de su padre y convertirse en jefa de seguridad demoníaca. Su actitud se volvió más seria y confiada, aunque siempre se relajaba en presencia de su hermano menor. Le encantaba dormir con Cale, usándolo como un dakimakura cada noche.
Un día, su padre los llevó al trabajo para presentarlos a los demás. Ambos iban en un cochecito doble, vestidos con adorables ropas de gemelos. Cuando llegaron, su padre los presentó formalmente, inclinándose junto a ellos. Los empleados, al verlos, quedaron conquistados por su ternura. Cale sonrió al ver las expresiones en sus rostros, mientras Ameri, avergonzada, bajaba la cabeza, lo que la hacía lucir aún más adorable.
Con el tiempo, la relación con su familia se volvió más cercana. Henri los llevaba a muchos lugares y les compraba todo lo que captara su atención. Incluso les enseñó sobre su linaje y los poderes que corrían por sus venas. Cale sabía que sus habilidades no serían exactamente iguales a las de su hermana, pero tal vez tuvieran algo en común con las de su madre.
Cale comenzó a imaginar su futuro. Con su poder como domador de espíritus, tendría que explorar gran parte del inframundo. ¿Por qué no convertirse en un explorador? Podría registrar los secretos de ese mundo misterioso y, además, nunca estaría solo: siempre tendría compañía. La idea le recordó a un cierto chico rubio que había amado explorar Runeterra.
Con una sonrisa en los labios, Cale cerró los ojos, listo para lo que el futuro le deparara.