Una nueva oportunidad: Ayanokouji Kiyotaka en Tbate

Chapter 3: Capítulo 2: Estudio del nuevo mundo



Dos semanas pasaron en un parpadeo, pero en mi mente había un sinfín de pensamientos, recuerdos y sensaciones que no lograban encajar. Me encontraba atrapado en una realidad que no podía entender del todo, mientras observaba mi entorno con una sensación extraña de pertenencia y desconcierto. La calidez de la casa, los suaves murmullos de mis padres, todo parecía tan… normal. Tan ajeno a la oscuridad que sentía dentro de mí.

No sabía que eran estos sentimientos que habían dentro de mi, pero hubo una cosa que podía decir con seguridad, y es que no eran buenos... mas bien, me parecía que era asco. Desde que llegué a este mundo no entendí mi significado en este mundo... en esta familia alegre, me daba asco todo ese amor que demostraban, quería largarme de este lugar.

Los días transcurrían lentamente, y con cada amanecer, una nueva capa de esta nueva vida se iba revelando ante mis ojos. Mi madre se encargaba de mí con una dedicación que no podría haber imaginado en mi vida anterior, mientras que mi "padre", con su mirada llena de esa calidez desconcertante, pasaba sus días entre risas y juegos, siempre buscando una conexión que no comprendía del todo.

Cada sonrisa de mi madre, cada risa tonta de mi padre, solo me recordaba lo lejos que estaba de todo lo que conocía. ¿Por qué me había tocado esta vida? ¿Por qué reencarné en este mundo, en este cuerpo que no comprendía? La oscuridad que había dejado atrás me parecía mucho más familiar y reconfortante que la luz de este nuevo comienzo.

Comencé a estudiar mi entorno más detenidamente. Los movimientos de mis padres, las palabras que intercambiaban, los pequeños gestos de afecto. Todo era tan... humano. Tan lleno de bondad, pero tan ajeno a mí. Cada vez que mi madre me mecía o me hablaba suavemente, sentía una punzada de incomodidad. No entendía esa entrega desinteresada, ese cariño sin motivo más allá de la naturaleza misma del vínculo.

Aunque no entendiera en lo absoluto a esta familia, no tenía forma de sobrevivir por mi mismo con este cuerpo de bebé, ya que ni siquiera podía pararme todavía, aunque esto era obvio porque el cuerpo de un recién nacido es muy débil, así que la idea de escapar estaba descartada por el momento.

La simple idea de ser débil me repugnaba. Cada noche recordaba mi último momento, el disparo, la oscuridad que me envolvía... y luego, nada. Ahora, en este cuerpo diminuto e indefenso, todo eso parecía tan distante estando en otro mundo, pero en realidad no lo era, simplemente tuve que sacrificar mi vida por mi propia debilidad, y ahora teniendo en cuenta que nuevamente era débil y podía morir ante el mínimo esfuerzo... definitivamente no volveré a morir.

Lo primero que debía hacer era recuperar el control. El control total de mi cuerpo, de mis extremidades. Sabía que sería lento. En este estado, mi fuerza era nula. Mis músculos apenas respondían, y la coordinación de mis movimientos era torpe y errática. Sin embargo, si no lo hacía ahora, si no comenzaba a entrenar desde este mismo instante, me condenaría a seguir siendo un simple observador, atrapado en este frágil cuerpo. No. No iba a ser un observador más. No iba a ser una víctima. Tenía que ser más fuerte.

Me concentré en mis manos. Esas pequeñas extremidades, que no lograba controlar completamente, parecían una burla, un recordatorio de lo lejos que estaba de la fuerza que una vez poseí. Debería comenzar con lo básico. Apretar y relajar los dedos, una y otra vez. Intentaba seguir el ritmo de mis pensamientos, y aunque el proceso era exasperante, no me rendiría. Yo no era el tipo de persona que se dejaba vencer por la frustración.

El tiempo pasaba. Los días se deslizaban lentamente en esta nueva vida. Cada segundo de conciencia en este cuerpo me parecía una tortura, ya que siempre se cansaba demasiado rápido, pero hubieron algunos pequeños avances. Mis manos se cerraban y abrían con algo más de coordinación, mis dedos se movían con más precisión. Sabía que no podía esperar milagros, pero sí podía esperar que, si mantenía mi determinación, mi cuerpo finalmente comenzaría a responder. El control, aunque fugaz en ciertos momentos, comenzaba a tomar forma.

Poco después, comencé a centrarme en mis piernas. Eran aún más difíciles de dominar. El peso de mi cuerpo, que apenas tenía energía para sostener, me resultaba como un lastre. No podía siquiera intentar moverme. Pero no me rendiría. Si había algo que había aprendido en mi vida anterior era que el entrenamiento y la paciencia te dan resultados, si eres constante y nunca te detienes. Así que decidí que, aunque no pudiera caminar, al menos podía concentrarme en mejorar la movilidad de mis caderas y muslos, intentando hacer pequeños movimientos. No importaba cuán insignificantes fueran, cada mejora era un paso más cerca de mi objetivo: caminar, levantarme, luchar, sobrevivir.

Por lo tanto, mi rutina era repetitiva. Pasaba la mayor parte del tiempo en silencio, enfocado en cada pequeño avance. Cada movimiento de mi cuerpo que pudiera controlar era un triunfo, aunque fuera efímero.

Todo ese esfuerzo se veía frustrado por algunas acciones involuntarias del cuerpo de un recién nacido, cosas como los reflejos de un bebé cuando una madre coloca un dedo encima de su palma y este lo agarra no eran necesariamente porque quisiera hacerlo, si no que únicamente eran debido a un acto que mi propio cuerpo me obligaba a hacer, a esto podría añadir cosas de las que no quería ni hablar.

Al menos había aprendido algo acerca de este mundo, y es que como sucede en las novelas de ficción que alguna vez escuche de parte de un chico de mi clase, este mundo tenía magia. La manera de como me enteré no fue muy espectacular ni nada parecido, sino que un día mi 'madre' usó magia para curar una herida que se había hecho mi 'hermano' Arthur.

Durante las breves salidas con mi nueva madre y mi hermano, pude aprender varias cosas cruciales sobre este mundo, cosas que jamás imaginé que me serían útiles, pero que empezaban a darme un panorama más claro de la realidad que ahora habitaba. Una de las cosas que descubrí fue el valor de las monedas y cómo se clasificaban según su denominación, un sistema económico completamente diferente al que conocía, estando clasificados en: Oro, plata y bronce. También aprendí que existían otros tipos de magia, mucho más complejos y poderosos que la magia curativa que había conocido hasta ese momento, lo que subrayaba una abismal diferencia de fuerza en comparación con todo lo que existía en mi mundo anterior.

La mayor muestra de esta diferencia de poder la experimenté un día mientras estaba sentado en el regazo de mi madre, junto a mi hermano, observando a mi padre recitar una especie de cántico extraño, que más bien parecía una oración a la tierra. Mi hermano, por alguna razón que aún no lograba comprender del todo, estaba visiblemente extasiado, como si estuviera anticipando algo impresionante. Entonces, de repente, tres enormes rocas del tamaño de un ser humano, surgieron del suelo con un estruendo, disparándose hacia un árbol cercano.

La escena me pareció impresionante, ya que jamás había presenciado algo semejante. El poder de aquella manifestación de magia era abrumador, y la fuerza de la tierra misma parecía ceder ante la voluntad de mi padre. Sin embargo, lo que más me sorprendió fue la reacción de mi hermano. Aunque su cuerpo se movía de un lado a otro, como si estuviera emocionado por la demostración de fuerza de nuestro padre, en realidad, él no estaba impresionado. Nadie lo notó, pero sus pequeños gestos, sus sutiles movimientos, revelaban una profunda decepción. La fuerza desplegada por mi padre, tan sorprendente para mí, no era más que una pequeña muestra de lo que él esperaba.

Así que ni siquiera eres un reencarnado de mi mismo mundo, ¿eh?.

Al ver la reacción tan entusiasta de Arthur, nuestro padre se mostró aún más motivado. Con una sonrisa de satisfacción, rápidamente se puso unos gruesos guanteletes de hierro y comenzó a lanzar una serie de rápidos puñetazos, cada uno de ellos pareciendo capaz de romper la barrera del sonido. Los golpes eran increíblemente fluidos, ejecutados con una precisión que minimizaba cualquier abertura en su defensa, aunque no podía evitar notar que su juego de pies era bastante limitado. A pesar de este detalle, lo que realmente sobresalía era su fuerza descomunal, que conseguía compensar con creces cualquier fallo técnico en su estilo.

Observando la reacción de Arthur, parecía estar conforme con lo que veía, pero en ningún momento se mostró realmente sorprendido. Su expresión, aunque atenta, reflejaba más una evaluación crítica que asombro, como si lo que estaba presenciando no fuera algo nuevo para él.

¿Qué clase de monstruo fuiste en tu vida pasada?

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