Chapter 15: TORRE DEL INFINITO
El aire en la clase de astrología estaba impregnado de un leve aroma a incienso, con constelaciones pintadas en el techo y planetas flotando mágicamente por el aula. Clara estaba visiblemente nerviosa; el comentario de Alice la había afectado más de lo que quería admitir. Miró a su alrededor mientras escuchaba los murmullos que recorrían el salón.
"Clara tomando clases de seducción... ¿qué espera lograr con eso?", susurraban algunos.
Ella se levantó con una confianza fingida, alzó su mano en forma de pistola y declaró con un tono decidido, aunque tembloroso: "¡Ya verán, los enamoraré a todos!". Su valentía arrancó algunas risas y comentarios sarcásticos, pero logró acallar los murmullos.
Alice, con una sonrisa que combinaba burla y cierta compasión, le dijo: "Espero que tengas suerte, Clara. Pero no sé qué reacción tendrá la profesora Lime cuando te vea".
La profesora Lime, una súcubo de exquisita belleza y encantadora presencia, siempre irradiaba una mezcla de autoridad y atracción irresistible. Su clase estaba decorada con espejos dorados, terciopelo carmesí y luces tenues que creaban un ambiente casi hipnótico. Enseñaba con la destreza de quien conoce cada truco del arte de la seducción, motivando a sus alumnos con frases como: "El verdadero poder no está en tus palabras, sino en cómo haces que las sientan".
Mientras Clara se preparaba para sus primeras lecciones, Azazel asistía a su clase de transfiguración, dirigida por la imponente profesora Morax Momonoki. El aula de transfiguración era más sobria, con estanterías repletas de antiguos grimorios y herramientas mágicas.
La clase de transfiguración
"Buenos días, clase. Soy su profesora Morax Momonoki. Hoy empezaremos con algo básico. Frente a ustedes hay un cerillo. Su tarea es transformarlo en una aguja. Para lograrlo, deberán concentrar su poder mágico y considerar factores como el peso y la forma", explicó, con una voz clara y firme.
Azazel, un demonio de sangre pura, escuchó con interés, recordando que este tipo de magia era similar a lo que había leído en su infancia sobre los magos humanos. Sin embargo, al ser un demonio, no necesitaba una varita ni encantamientos largos.
Concentró su poder, dejando que una luz morada envolviera su mano. Cuando la luz se desvaneció, una aguja perfectamente formada reposaba sobre su mesa. Con una sonrisa triunfante, alzó la voz: "¡Profesora, ya terminé!".
"Excelente trabajo, Azazel. Además, has sido el primero. Continúa así", elogió la profesora.
El resto de la clase fue aún más interesante. Transformaron sapos en colores vivos, convirtieron rocas en cuervos y, para el final, lograron cambiar ratones en copas de cristal. Azazel se sentía intrigado. Por primera vez, entendía por qué ciertos magos disfrutaban tanto este tipo de estudios. Era como explorar un universo completamente nuevo.
El desafío del gimnasio subterráneo
Más tarde, en el gimnasio subterráneo del colegio, Azazel se encontró con Alice y Clara, quienes estaban asombradas por la magnitud del lugar. Las paredes estaban decoradas con escudos antiguos y estandartes de colores vivos, que narraban historias de batallas pasadas.
"Es increíble, no sabía que existía un lugar así debajo de nuestra aula", comentó Alice, mientras Clara gritaba de emoción: "¡Es enorme!".
Alice explicó: "Aquí es donde se realizan los exámenes de ascenso. El próximo será la semana que viene. Se llama 'La Bola Ejecutora'".
"¿Ejecutora? ¿No será excretora?", bromeó Azazel, arrancando carcajadas de Clara.
Alice, con paciencia, explicó: "Este examen está inspirado en las disputas territoriales de los demonios. Antes eran batallas sangrientas donde se usaban armas como los caimanes, pero ahora se reemplazó por un juego similar a los quemados".
Azazel, viendo la preocupación en Iruma, un compañero humano, sonrió. "Relájate, hombre. No participaré en esto. Pero Alice, llévate a Clara e Iruma a practicar. Y pídele a Opera que ayude con el entrenamiento. Será divertido... para nosotros".
Preparativos para el viaje
Esa noche, en casa, Azazel revisaba un mapa antiguo mientras sus espíritus lo acompañaban. Las islas demoníacas se extendían como manchas en un océano oscuro. Marcó una pequeña isla deshabitada con una X. "Aquí empezaremos", murmuró. Kira, uno de sus espíritus, corrió por toda la habitación reuniendo los suministros necesarios: mochilas, agua, comida y ropa.
Al amanecer, Azazel dejó una breve carta para su hermana Ameri, explicándole su partida. Poco después, despegó rumbo a la isla, cargando su mochila firmemente contra su pecho.
La llegada a la isla
Después de horas volando, sus alas comenzaron a fallar. Blanca, uno de sus espíritus, lo animaba con gestos exagerados, recordándole a los entrenadores del gimnasio que gritan motivaciones absurdas. Con un último esfuerzo, Azazel alcanzó la orilla de la isla y se desplomó en la arena.
Tras un breve descanso, repartió comida y agua a sus espíritus antes de adentrarse en una selva densa y oscura. A medida que avanzaba, la noche comenzó a caer, y la preocupación se instaló. Perdió de vista a Onan, otro de sus compañeros, pero lo encontró rápidamente, quien lo guió hacia una cueva mediana. Allí decidieron pasar la noche.
La Torre del Infinito
Mientras exploraban la cueva, Azazel y su grupo cayeron en un túnel espiral lleno de telarañas. Entre gritos y confusión, Azazel ordenó a Kira: "¡Electrocútame! ¡Rápido!".
El espíritu obedeció, eliminando a las arañas. Recuperándose, Azazel notó una estructura al final del túnel: una torre antigua con inscripciones en la entrada que decían Torre del Infinito. Al entrar, un tatuaje de una serpiente que se comía a sí misma apareció en su muñeca, mientras las antorchas a su alrededor se encendían mágicamente.
A pesar del deterioro del lugar, la magia aún lo sostenía. La torre se alzaba como un espectro de épocas pasadas, su silueta desgastada recortándose contra un cielo cubierto de nubes grises. Su estructura, que alguna vez debió ser una obra maestra de la arquitectura, ahora parecía un gigante herido, con grietas profundas que surcaban las paredes de piedra oscura. El tiempo había cobrado su tributo, dejando en su superficie una maraña de musgo, líquenes y enredaderas que trepaban como si quisieran reclamarla para la naturaleza.
Intrigado, Azazel comenzó a descender por una escalera que parecía no tener fin, hasta llegar a una puerta marcada con el número romano I. Curioso empujó la puerta y, al entrar, fue cegado por una luz intensa.
"¿Qué está pasando?", exclamó, antes de que todo se volviera blanco.
Su aventura apenas comenzaba.